El silencio
de la madrugada
es un regalo
de los dioses mudos.
Es cuando la vida
me guiña un ojo y me besa.
Ahora que todos duermen
y callando
la muerte avariciosa
anota en su cuaderno
a todos los que morirán hoy
yo escribo poemas
al amparo de un tiempo de olvido.
En este silencio sanador
renazco otra vez
de entre los restos de la noche
y me recompongo para afrontar otro día.
Esta noche
he sobrevivido
a tres pesadillas atroces.
Pesadillas de grito
y de búsqueda de culpables.
Empiezo a sospechar
que fantasmas criminales
me abren la cabeza por la noche
y me introducen películas de miedo.
Pero ya pasó, ya pasó, ya pasó
me dice una voz invisible
que oigo desde algún lugar del universo.
Observo el campo de batalla.
Ni huellas de fantasmas
en mi cama revolucionada
ni cicatrices en mi cabeza.
Quizás esos fantasmas
son modernos y utilizan Bluetooth.
Ahora bien.
Respiro la paz y el silencio.
Pronto llegará la mañana.
Y la noria volverá a girar.
Un día más.
Un día menos.
Qué más da...
Las calles se llenarán de personas.
De coches.
De prisas.
De padres arrastrando niños.
De gente discutiendo en los trabajos.
De nuevos resquemores, odios y envidias.
Algunos se enamorarán.
Otros fingirán.
Y muchos pelearán.
Habrá noticias nuevas: malas casi siempre.
Las gaviotas y los jabalís
buscarán restos de comida
entre nuestra basura desquiciada.
Los sin techo
seguirán siendo invisibles
entre los brazos amargos del frío
mientras la gente
derrochará el dinero
en las próximas celebraciones
parloteando de amor, bondad y bla, bla, bla.
Pasarán las horas.
Sin gracia ni esperanza.
El sol saldrá y desaparecerá.
La luna desfilará con sus mejores galas.
La noria cotidiana
llena de humanos cansados
se detendrá y los dejará dormir.
Yo aún estaré dando tumbos por ahí
en busca de lo que jamás podrá contentarme.
El mundo girará sin saber por ni para qué...
La vida es un poema cada vez más y más demencial.